La mirada del viajero

Pocas veces uno tiene la oportunidad de leer un libro escrito por un amigo. En mi círculo es una situación rara, aunque no insólita. Hace poco, a mis manos llegó el libro La mirada del viajero, escrito por mi amigo Sergi Latorre y publicado por Desnivel en 2017. Una obra que recoge parte de sus viajes por todo el orbe. Camarada de estudios en nuestra adolescencia, Sergi siempre manifestó su espíritu de aventura; su «sed» de mundo. Y hay quienes, con el tiempo, cumplen sus sueños. Tras leer La mirada del viajero estoy convencido de que Sergi ha colmado el suyo. Aunque, imagino, esa sed nunca es del todo saciada y el viaje se convierte en una forma de vida, una necesidad, como el rocanrol que recorre sus venas.

La mirada del viajero no es una guía de viajes, aunque en parte lo es, tampoco un libro de motivación para futuros viajeros, aunque en cierta manera también lo es. La mirada es un llamamiento a la aventura, a que te levantes y cojas tu mochila, te calces tus botas, rompas la hucha y salgas de tu zona de confort para explorar el «cosmos»; huir así de la cueva que, aunque te muestre el universo en 4K, sigue siendo solo una débil sombra del planeta en el que vivimos.

En cierta manera, leyendo La mirada uno se da cuenta de que viajar es una forma de religión cuyo templo es el camino. No hay sacerdotes, no hay manuales; solo eternos aprendices. Un día puedes establecer una ruta bien marcada, pero al siguiente saltártela ante los fabulosos e inesperados desvíos que acontecen a cada pisada, a la vuelta de una esquina en Buenos Aires o en las callejas de Katmandú. Espiritualidad emana de La mirada, pero también duras verdades de un mundo cruel e injusto unas veces, o frívolo, rayando la idiotez, en otras. Por ejemplo, Sergi arremete contra el turista de masas, el paparazzi que mira sin ver, que busca el recuerdo de forma ansiosa, la foto de postal, pero que no retiene la esencia del viaje, en el que no hay destino ni meta; la finalidad es el viaje en sí mismo. Recorres miles de kilómetros para encontrar una pequeña parte de ti, como si nuestra alma estuviera dispersa por todo el orbe y la misión de todo hombre sea recomponerla, recogiendo las piezas de su puzzle personal, ya sea en la lejana Patagonia o en el abrupto Nepal.

   La mirada está escrito de manera original. No es un relato lineal al uso, sino que está narrado mediante «escenas» de los numerosos viajes del autor: Nepal, Argentina, Mauritania, Tailandia, Marruecos, Costa Rica… Esta forma de enfocar el libro alberga una ventaja y es que puedes abrirlo por cualquier página y saborear una anécdota, un paisaje, una reflexión o el espíritu indómito y rocanrolero que emana de Sergi Latorre. Porque sí, en La mirada el autor no se esconde ni se desvanece; está bien presente; existe un tú a tú constante que aproxima aún más al lector a las experiencias del narrador, y de las que yo destacaría una: la amistad. La fraternidad no institucional entre los viajeros. Lazos que perduran para toda la vida, devenidos de la superexperiencia del viaje. El viajero es un ser de espíritu fuerte, pero también muy frágil por encontrarse en tierra extraña; hallar amigos en lugares remotos aumenta la importancia de esa peregrina amistad.

   Porros, birras y fiestas también aparecen en La mirada; no podía ser menos en un autor a quien siempre le acompañan Bukowski, Kerouac o Jim Morrison. Vive o muere; no hay tiempo para las medias tintas o el estado vegetativo. Y esa filosofía propia del viajero choca cuando retorna al hogar, como nos relata el autor, donde la mayoría vivimos en un estado de letargo; no comprendemos al viajero por lo que este se encuentra aislado, vibrante de experiencias, brillantes los ojos: posee «la mirada». Solamente otro ser de la raza de los viajeros puede entenderlo plenamente.

   Siempre recordaré una conversación con Sergi en la que hablábamos de qué libro clásico nos atraía más. Yo indiqué que La Iliada, él, obviamente La Odisea. Dos formas de enfrentamiento con el mundo: el hombre asediado frente al hombre que explora lo desconocido; el periplo del héroe para regresar a un hogar que ha cambiado, al igual que él mismo también se ha transformado tras hollar mil costas. Nada es lo mismo tras un viaje en mayúsculas. Y el lector de La mirada tampoco será el mismo cuando navegue a través de sus páginas, guiado por un Odiseo del siglo XXI como es Sergi Latorre. Quizás por ello pueda calificarse de libro prohibido: el lector joven que lo aborde despertará la necesidad de viajar; el adulto de anhelar otras tierras y, en un mundo en que los estados cada vez más desean contribuyentes fidelizados entre sus fronteras —en una especie de nuevo feudalismo—, tal impulso podría considerarse como peligroso. Pero las frutas prohibidas otorgan el conocimiento, y así es La mirada de Sergi Latorre; una obra escrita con maestría que no puedo más que recomendarla, con el consecuente peligro que conlleva morderla. Están avisados.

Deja un comentario